Amaya (o Amaia) es el nombre de la antigua ciudad asentada en lo alto de Peña Amaya, un macizo de 1377 msnm, situado junto a la localidad del mismo nombre al noroeste de la actual provincia de Burgos. El yacimiento arqueológico se localiza en un cerro aislado y destacado en Las Loras, constituido por relieves en cuesta, con amplias plataformas. Exceptuando la parte NO, donde se encuentra el acceso, el yacimiento está rodeado de cortados de gran altura. El control visual es muy grande en todas las direcciones.
El yacimiento se reconoce por la presencia de escasa cerámica a torno, molinos de mano, restos constructivos y abundantísimas tejas y tégulas. El conjunto cerámico está caracterizado por el predominio de pastas de color ocre, que contienen abundantes degrasantes cuarcíticos y calizos de grano grueso. Estan sometidas a cocción oxidante y presentan unos acabados bastante cuidados mediante alisados. Algunos de los fragmentos conservan restos de pintura de color oscuro con motivos en bandas paralelas. Los restos de molinos de mano pertenecen a una base de arenisca y a una moledera de granito.
Sus raíces se hunden en la primera ocupación de la Peña, en la Edad de Bronce, y tras ello el paso y asentamiento de las culturas celta, romana, visigoda y musulmana, que dejaron innumerables restos de alto valor histórico y cultural.
Actualmente se pueden observar las trincheras de acceso al castro, las ruinas de un pueblo medieval y los restos de las murallas y el castillo que se ubicó en su cima.
Respecto al poblamiento prehistórico los trabajos han permitido establecer que además de una esporádica presencia de época campaniforme, el castro conoce su primera ocupación estable en el Bronce Final, primero como un lugar de habitación dentro de la cultura de Cogotas I y al final de este periodo como lugar simbólico donde realizar ocultaciones votivas de armas del Bronce Final III —espada de lengua de carpa, hacha de talón y anillas—. Con la duda de su continuidad durante la Primera Edad del Hierro, se puede sostener que estuvo ocupado en la Segunda Edad del Hierro, en la época cántabra.
Dada la cercanía del campamento de Augusto de Sasamón, Amaya debió pasar a la órbita romana en los primeros compases de las Guerras Cántabras (29-16 a.C.), aunque no hay evidencias de un asalto ni de un asedio. Una vez conquistado el territorio en Amaya se establece un destacamento militar, muy probablemente dependiente de la Legio IV Macedónica establecida en Herrera de Pisuerga, que lógicamente abandona la peña cuando la Legio se desplaza al limes renano en el año 39 d.C. A pesar del abandono de la función militar Amaya sigue ocupada a lo largo de los siglos I y II, época a la que pertenecen las estelas funerarias que recuperara Moro. Las evidencias del siglo III son algo más esquivas, pero el castro se revitaliza con pujanza en los siglos IV y V ante la inestabilidad de la tardía romanidad. En la época visigoda los restos arqueológicos no son muy numerosos aunque tiene un papel predominante, y durante la primera repoblación castellana, aquí sí con numerosas estructuras reconocidas, como las ruinas del poblado, aún visibles, una de las necrópolis de las tres que sabemos por Moro que se reparten por el castro, o las defensas del castillo. Las pruebas radiocarbónicas confirman también que la aldea castral no desaparece hasta mediados del siglo XIV, y el castillo aún perdurará más tiempo.
Algunos datos tomados de Raúl Flores Fernández. |