El poblado ibero de La Bovina, en Vinaceite (Teruel), se encuentra situado en un pequeño cerro aislado en la margen izquierda del río Aguas Vivas; está formado geológicamente por yesos, gravas y arcillas, y presenta una morfología irregular con una cota máxima de 340 metros de altura sobre el nivel del mar. Dispone de una cumbre amesetada de apenas 50 metros de terreno llano, con características de acrópolis, cuya ladera más abrupta es la que se dispone en dirección al río. En la actualidad, su entorno está ocupado por campos de cultivo de secano que han afectado notablemente al yacimiento. Este hecho puede verse corroborado por la importante cantidad de objetos materiales que han puesto al descubierto las labores agrícolas.
Las primeras excavaciones fueron llevadas a cabo en 1870 por Pablo Gil y Gil que no publicó nada al respecto. Posteriormente, los excavadores "clandestinos" han ido realizando una constante "labor". Cabe destacar que, a finales de los años 70, los entonces alumnos del colegio de Vinaceite, animados por su maestro, se dedicaron a realizar campañas arqueológicas por su cuenta que, sin embargo, sacaron a la superficie algunas estructuras y objetos de cultura material muy interesantes. Más tarde, en torno al año 1983, Jesús Ángel Pérez Casas y María Luisa de Sus Giménez llevaron a cabo una excavación más científica, consistente en la realización de varias catas arqueológicas, que sirvieron para obtener el único estudio válido sobre los materiales y cronología del yacimiento que tenemos a día de hoy.
El material que puede encontrarse en el poblado es muy abundante: cerámica a mano y a torno ibérica (kálathoi, oinochoes, formas globulares e imitaciones de cerámica campaniense romana), decorada en ocasiones con motivos geométricos o vegetales; cerámica romana de importación (ánforas, campaniense A, B y C, dolia); pondera, fusayolas, fragmentos de piedras de molino, pavimentos de opus signinum o tapaderas de yeso.
Por los restos constructivos que aún hoy en día pueden apreciarse en superficie podemos decir que el núcleo principal de ocupación sería la meseta del cerro, aunque, seguramente, también estarían habitadas las laderas (por medio de la habitual estructura en terrazas) y parte del llano, como demuestran los abundantes restos materiales. Los muros que aparecen en superficie están realizados con piedra de yeso, muy abundante en la zona. Seguramente esta piedra de yeso servía para realizar los zócalos y el resto de la pared estaría hecha en adobe, de los cuales se conservan también numerosos fragmentos (especialmente en la zona sur de la meseta).
Es de especial interés el tema de las balsetas fabricadas con mezcla de yeso, que se encuentran en diversos puntos del yacimiento. Son elementos muy característicos de los poblados íberos de la zona, pero de los cuales no se conoce su uso con exactitud. Seriamente deterioradas, y semicubiertas por la caída de tierras, pueden verse las huellas de dos de estas estructuras que ocupan casi en su totalidad el suelo de una misma estancia. Son dos balsetas rectangulares paralelas, separadas entre sí, y de los muros, por zonas de suelo recubierto por el mismo yeso. La diferencia de nivel entre el interior de las balsetas y el suelo de la habitación presenta profundidades entre 15 y 18 cm. Por lo que se refiere a las medidas generales, dan una anchura máxima de unos 130 cm., con una longitud que superaría los 3 metros, aunque no se puede precisar al no hallarse completas.
A falta de estudios estratigráficos y cronológicos más profundos, el Cabezo de La Bovina se asocia, en cuanto a su periodo de existencia, al vecino poblado del Cabezo de Alcalá, en Azaila, del que dista 5 km. en línea recta y tiene contacto visual. Así pues, su final puede datarse probablemente en torno al año 75 a.C.,en el transcurso de las Guerras Civiles Romanas (también denominadas Guerras Sertorianas) que asolaron buena parte de las poblaciones del Valle Medio del Ebro.
En la parte alta del yacimiento se aprecian dos estancias parcialmente descubiertas. Aquí los muros están bien conservados en alzado, con superposición de hiladas de piedras de yeso y caliza, que en ocasiones aparecen en bruto, y, en otros casos, muestran señales de elaboración y talla. Los restos conservan entre 3 y 5 hiladas de piedras que pueden alcanzar los 50 o 80 cm. de muro visible sobre el nivel del suelo. |