El yacimiento se localiza en el término municipal de Medellín (Badajoz), prácticamente en el límite con el de Mengabril, en un paraje denominado Valdelagrulla, perteneciente a las Vegas Altas del Guadiana. Se asienta sobre una zona llana a 244 m de altitud, a unos 2.500 m al sureste del oppidum de Medellín, y próximo al río Ortigas, que fluye a 500 m al este del yacimiento, poco antes de desembocar en el Guadiana.
La necrópolis de Medellín es un cementerio de incineración de época Orientalizante. Comenzó a utilizarse alrededor del 675 a.C. y dejó de usarse hacia el 450 a.C. Era el cementerio correspondiente al poblado que se asienta estratégicamente en el Cerro del Castillo, junto a la desembocadura del río Hortigas, para controlar el vado del Guadiana. Este asentamiento ha sido identificado por algunos investigadores como la antigua ciudad de Conisturgis —capital de los Conios— mencionada por fuentes antiguas.
Los primeros hallazgos de la necrópolis se produjeron de forma casual hacia 1960 al abrir un pozo de riego. Aunque posteriormente fue excavada sistemáticamente aún queda una parte importante del yacimiento por excavar.
La necrópolis se caracteriza porque en ella se atestiguan dos modalidades de incineración: aquella en la que los restos del difunto se depositan en una fosa o bustum, donde había tenido lugar la cremación (enterramiento primario), y aquella en la que las cenizas, una vez cribadas, son introducidas en una urna cineraria o directamente en un hoyo excavado en el suelo, lejos de la pira funeraria donde fueron cremados (enterramiento secundario). Urnas y fosas podían estar o no cubiertas con encachados de guijarros.
En lo que respecta a las dimensiones de la necrópolis se desconoce la extensión real de la misma de la que sólo se ha podido determinar sus límites este y oeste, desconociendo totalmente su extensión norte y sur. Algunas tumbas conservan parte de los troncos de madera utilizados en la cremación. Se trata, en general, de fosas de forma ovalada y alargada, con extremos de tendencia redondeada, con marcas de la acción del fuego, como paredes con tonos negruzcos, rojos y anaranjados, en algunos casos con restos de arcilla refractaria. Las medidas de las fosas varían entre el metro escaso y los dos metros de longitud, con una potencia media, en los ejemplos mejor conservados, de unos 30-35 cm, pero conservando apenas entre los 8 y los 25 cm en buena parte de ellas. Parece lógico pensar que las subestructuras de pequeñas dimensiones, que en muchas ocasiones rondan el metro de longitud o no lo alcanzan, podrían ser depósitos secundarios, pero dado que algunos de estos ejemplos presentan claros indicios del efecto directo del fuego e incluso fragmentos de troncos de buen tamaño, no parece ser el caso. En algunas sepulturas, podríamos plantear la hipótesis de estar ante enterramientos infantiles, y en otros ante estructuras parcialmente conservadas por el alto grado de arrasamiento.
Con respecto a la distribución y orientación de las tumbas, 28 de ellas se disponen en dirección suroeste-noreste, 11 se disponen en sentido oeste-este y, por último, 10 casos más en alineación noroeste-sureste. Parece tratarse de un espacio cuya distribución y orientación podría indicar una relación con el ocaso o la salida del sol en las distintas épocas del año, siendo este un factor que se repite en diferentes periodos y culturas, asociando el hecho con los conocimientos cosmológicos o concepciones religiosas de un determinado grupo social.
Durante las ceremonias y rituales funerarios se depositaron en los enterramientos ofrendas de objetos y animales, entre ellos gran cantidad de bienes importados que evidencian contactos comerciales y culturales con el Mediterráneo Oriental. Destacan por su volumen y calidad los marfiles decorados con imágenes de contenido religioso como un peine con la representación de una diosa alada. |