La historia de Sevilla comienza durante la Edad Antigua con el surgimiento en el actual centro de Sevilla de un primer núcleo de población identificado con la cultura tartésica. La tradición dice que hace unos 3000 años el navegante fenicio Melkart recorrió el Mediterráneo y que, posteriormente, atravesó el estrecho de Gibraltar entrando en el océano Atlántico. Recorrería la costa y fundaría Gádir y luego remontaría el Guadalquivir hasta llegar a donde actualmente se encuentra Sevilla, donde fundaría una factoría comercial en una isla que se encontraba en el entorno de la plaza del Salvador, la Cuesta del Rosario y la plaza de la Pescadería. Por sus proezas, Melkart sería reconocido como semidios por la cultura fenicia, pasaría a la mitología griega como Heracles y, posteriormente, a la romana como Hércules.
Excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en 2009 en el Real Alcázar datan en el siglo VIII a.C. los restos hallados. Investigaciones posteriores basadas en analíticas de cerámicas y la prueba del Carbono 14 constataron restos del siglo IX a.C. Los nativos llamaban Spal o Ispal a este poblado, en el que se cruzaron influencias turdetanas (nombre que dieron los romanos a los pueblos indígenas del Valle del Guadalquivir), tartésicas (nombre que dieron los griegos al reino indígena que controlaría la zona), fenicias (los colonizadores provenientes de Fenicia), y cartaginesas (los provenientes de Cartago, colonia norteafricana fundada por los fenicios).
La Sevilla primitiva recibió influencias de los comerciantes fenicios, enriqueciéndose y desarrollándose culturalmente con el aporte pacífico de estos. Esta colonización comercial cambió drásticamente a partir del protagonismo alcanzado por los cartaginenses tras la caída de las metrópolis fenicias ante el imperio persa (siglo VI a.C.). Esta nueva fase de la colonización púnica implicaba la penetración territorial mediante la conquista militar, lo que las fuentes griegas posteriores interpretan como la destrucción de Tartessos tras una lucha a muerte con Cartago, afectando a la Sevilla de la Cuesta del Rosario, siendo durante el curso de las distintas batallas cuando la ciudad sucumbió, suponiendo así el fin de la época tartésica en Sevilla.
Las tropas romanas entran en el 206 a.C., durante la segunda guerra púnica, bajo las órdenes del general Escipión el Africano y acaban con los cartagineses que habitaban y defendían la región, siendo sus sucesores en el sur peninsular. El general fundó Itálica, en la localidad cercana de Santiponce, sobre dos colinas. Posteriormente, en el lugar que sería la actual ciudad de Sevilla, Julio César fundó la Colonia Julia Romula Hispalis, latinizando el nombre del poblado indígena original de la ciudad (Ispal) en Hispalis, añadiéndole Julia por su propio nombre y Rómula por el de Roma, fórmula habitual en la toponimia de las colonias romanas.
En el año 49 a.C., Híspalis poseía muralla y foro, con actividad mercantil portuaria. En el área alrededor de la actual plaza de la Alfalfa se encontraban el foro de la época imperial romana, que comprendía templos, termas edificaciones públicas y mercados.
Pero, ¿qué restos quedan en la actualidad de aquella mítica ciudad romana? Hispalis no era una ciudad de nueva planta, por lo que tuvieron que variar en algunos aspectos el prototipo de otras grandes ciudades del Alto Imperio. Los únicos vestigios que quedan son los restos del colosal templo de Hércules, en la calle Mármoles. Según la leyenda, fue el fundador de la ciudad, por lo que se le construyó un templo de seis columnas. De ellas, tres se conservan in situ, dos fueron trasladadas a la Alameda cuando se creó dicho paseo, y otra se dañó en dicho transporte. También se conoce la existencia de un templo bajo la actual Iglesia del Salvador, unas termas donde ahora se sitúa el Palacio Arzobispal, una gran cisterna bajo la Plaza de la Pescadería y los arqueólogos han descubierto una depresión que bien podía ser el teatro.
En el subsuelo del mercado de la Encarnación se localiza el yacimiento arqueológico romano más importante de Sevilla, el Museo Antiquarium, con los restos de hasta siete casas. Se ha hallado varias casas con mosaicos de los siglos II, III y V de la Hispalis romana; una casa del siglo VI de la Ispali visigoda y una casa del siglo XIII de la Ishbiliyya almohade. De época romana también es la factoría de salazones del siglo I. El Antiquarium permite contemplar una pintura mural de tres metros, en el denominado Patio del Océano, y el "mosaico de la medusa".
La muralla era otra de las claves de la ciudad en tiempos de Julio César. Construida para reemplazar a la antigua empalizada cartaginesa, compuesta de troncos y barro, fue ampliada y perfeccionada durante el imperio César Augusto. Debido a las posteriores modificaciones, únicamente se puede reconocer el material de los romanos usados en algunas piezas reutilizadas en los Reales Alcázares. Por una parte de la muralla, la Puerta de Carmona entraba un acueducto que traía el agua de Alcalá de Guadaíra. Conocido como Los Caños de Carmona, por su dirección hacia la ciudad, únicamente quedan los restos conservados en la calle Luis Montoto.
Más restos de época romana como la cisterna romana de la Plaza de la Pescadería, los restos del antiguo acueducto romano y los mosaicos y esculturas en la Casa de Pilatos y en la Casa de la Condesa de Lebrija. |