La Ermita rupestre de San Vicente en Vado, Cervera de Pisuerga, se encuentra en las cercanías de la confluencia del río Rivera con el Pisuerga, y se enmarca dentro de uno de los grandes conjuntos eremíticos españoles, el del Alto Pisuerga. Básicamente presenta una gran sala rectangular con varias entradas y toscos vanos, a la que se suma, una capilla excavada al Este, diferenciada del resto por un escalón, que pudo haber estado cerrada mediante un ábside de mampostería.
La Ermita está rodeada de una necrópolis, fechada entre los siglos VIII y XI, de la que se han descubierto una veintena de tumbas excavadas en la roca, predominando las de tipo antropomorfo, de las que pueden verse actualmente una decena. La Ermita y la necrópolis probablemente formaron parte de un pequeño complejo monástico que poseería otros edificios hoy desaparecidos, así como celdas excavadas en la roca (lauras) que aún hoy perduran. Desaparecida la comunidad monacal, San Vicente conservó su función como ermita hasta mediados del siglo XIX en que se abandona definitivamente.
Pese a lo tosco del labrado, se pueden reconocer en la ermita los elementos característicos de un templo. El mayor de los vanos se cree que fue la cabecera y contó con una extensión edificada. De hecho, sobreviven elementos de inserción del altar. La entrada original queda al lado. Se trata de una abertura con elementales escalones que descienden a la horadada estancia interior, más bien rectangular. Frente a la entrada principal queda una secundaria, que sustituyó a una tumba. Al fondo, una capilla excavada en la dura roca. Otros elementos que resaltan son arcosolios, o huecos de enterramientos, o un pequeño espacio abierto en la piedra cuyo uso es incierto. Tan posible es que se usara como sacristía como que lo hiciera como celda para un monje.
Como se ha comentado, junto al cuerpo central del templo se ubica una necrópolis. Destacan sobre todo los nichos situados frente al mismo, puestos uno tras otro. Sus formas permiten adivinar cómo se ponían los cuerpos. Estos reposaban con la cabeza al poniente y pies al oriente.
La forma de celebrar la misa había evolucionado de forma particular en la Hispania visigótica. Con la invasión desde el Magreb, permaneció el llamado rito hispano mozárabe. Esto llevaba asociado ciertos elementos diferenciadores, especialmente en etapas tempranas del medievo como a la que pertenece la ermita de San Vicente. Así, el espacio interno tenía muy en cuenta el estatus de los fieles. Una cancela separaba el espacio más sagrado, solo accesible para religiosos, de la nave principal, para los laicos. Mientras tanto, en medio de ambos se situaba un coro para el clero. El que esta valla estuviera presente o no se dirime por la aparición de inserciones para la misma. Tal distribución se puede reconocer en el eremitorio subterráneo. De hecho, la entrada lateral puede responder precisamente a la necesidad de segmentar la entrada de hombres santos y del pueblo llano.
Asimismo, parece claro que junto al cuerpo de oscura piedra y las tumbas había más construcciones. Algunas quedarían anexas, como el supuesto ábside que cubriría el vano más amplio. Otros espacios podrían servir de edificios de apoyo para un pequeño convento. No en vano, tal era la función de un eremitorio, dar cobijo a una, aunque mínima, comunidad. |